Durante el último trimestre se hicieron en los Tribunales de Familia 170 denuncias por semana. "Los casos son cada vez más violentos porque suman condimentos. Ahora, el victimario aumentó la calidad de agresión y ha tomado al niño como rehén", cuenta la magistrada Clara Obligado.
Miles mujeres y hombres se movilizaron en el país para decir basta de femicidios luego del crimen de Lucía Pérez (16). Pese al repudio, la brutalidad no dio marcha atrás: en el último trimestre en los Tribunales de Familia de Mar del Plata hubo 170 denuncias por semana de violencia familiar, una cifra similar a la de los últimos años. Pero esta vez, los especialistas tuvieron otro motivo para sorprenderse: la violencia se extendió a los chicos. En el 70% de las presentaciones judiciales, la víctima pidió restricción de acercamiento del victimario con sus hijos.
“Ha aumentado la calidad de la agresión. Antes la violencia era entre los adultos y el niño no estaba. Ahora, los chicos han quedado en el medio y son víctimas de la violencia familiar. Quedan como rehenes de la situación. A todo esto se ha sumado mucha agresión como consecuencia del consumo de sustancias”, explica la jueza de familia Clara Obligado. Y, enseguida, agrega: “La cantidad numérica de casos no tiene relación directa con la calidad de las denuncias. Y esas denuncias son cada vez más violentas porque suman condimentos. Antes era entre los adultos que se violentaban, ya sean parejas o ex parejas, pero ahora se suma esto de tomar como elemento de presión a los niños”.
La magistrada cuenta que este fenómeno recrudeció en los últimos meses y que genera mucha preocupación en los operadores judiciales, policiales y municipales. “La víctima por decirlo de alguna manera suele ser muy generosa. Entrega su cuerpo y hasta su sangre y no encuentra el límite para decir basta. Pero cuando ve que el victimario empieza a extender la violencia a sus hijos, ahí suele producirse un punto de inflexión”, explica la magistrada.
Un caso que demuestra la complejidad de la violencia es el de Marta -nombre ficticio para preservar su identidad-. La mujer vivió un infierno en su casa durante muchos años y decidió presentar la denuncia para que su marido no pueda acercarse. Escapó a la casa de su mamá mientras esperaba el divorcio. Dos días después, por sorpresa, retiró la denuncia. Los operadores judiciales descubrieron que la madre de la víctima por razonas culturales no aprobaba una separación. Marta tuvo que volver a vivir con el golpeador. Y en el infierno: por miedo, debía esconder los cuchillos de su casa y llevaba en su cuerpo una llave de emergencia oculta para el caso de tener que huir de su casa.
Diez meses después, la violencia se extendió a sus hijos y la mujer, con ayuda de especialistas de la Sala de Salud de su barrio, se animó a hacer la denuncia definitiva. Poco después la Justicia expulsó al hombre -sufría graves problemas de alcoholismo- de la vivienda.
– ¿Qué tiene que hacer una víctima de violencia familiar cuando nota que los hijos se están convirtiendo en rehén?, le consultó LA CAPITAL a Obligado.
– Lo primero que tienen que hacer de manera inmediata es salir a contarlo, denunciarlo. Hay un eslogan que pusieron en Unicef en el 2012 que dice “si no hablas te matan. Hay que denunciar sí o sí”. Y cuando la víctima salga a contarlo, la primera persona que la escuche, que debe ser con operador de la policía o el juzgado, no debe ser derivador y generador de calesitas.
– ¿Qué debe hacer el operador que toma contacto con una denuncia de violencia familiar?
– Ese primer operador ya tiene que dar una respuesta. Después, entre nosotros debemos repartirnos la tarea, pero la víctima tiene que tener una respuesta inmediata. Por ejemplo, si la víctima fue a la Comisaría de la Mujer debe quedarse allí hasta recibir directivas sobre quién va a ser el juez de turno y quién el integrante del Poder Ejecutivo que va a ayudarla. Los operadores tenemos que saber que no hay que derivar y en caso de que se derive hay que hacerlo con precisión y avisarnos qué mujer, por ejemplo, va a ir a buscar un botón antipánico. Entonces la mujer ya se siente acompañada. En Capital Federal hay todo un equipo que te acompaña pero en provincias de Buenos Aires no lo tenemos. Entonces, los operadores tenemos que concentrarnos en esto porque es importante.
– ¿Cómo se reacciona cuando la víctima perdona al victimario?
– Está la víctima que viene y con la restricción de acercamiento y el botón antipánico que obtiene, lo utiliza como primera puerta para ir saliendo del círculo de violencia. Otras lo utilizan como un remedio momentáneo y una aspirina. Entonces se pide el botón antipánico y la restricción, pero nuevamente la víctima le vuelve a abrir la puerta al victimario y vuelve a confiar. Ahí el Poder Ejecutivo, judicial y la policía no puede ingresar en la subjetividad de la víctima.
– ¿Cuándo la víctima tiene que estar atenta sobre el crecimiento de la violencia?
– La víctima de violencia familiar es una víctima que tiene mucha paciencia y aguanta mucho. Hay víctimas que reaccionan y pueden defenderse de alguna manera y entonces tienen alguna fortaleza. Pero la víctima que no tiene fortaleza, y depende mucho del victimario, le quedan muy pocas herramientas. Y entonces decide poner el cuerpo. Pero con el paso del tiempo empieza a tomar conciencia de que es violento cuando esa violencia pasa al hijo. Por ejemplo, cuando lo agarra de un brazo o de un cuello y le dice a la víctima: si no hacés tal cosas no vez más al nene. En ese caso, la víctima ya ve que no es sólo su cuerpo sino también el de su hijo. Si puede reconocer eso, ahí es donde empieza a darse cuenta. Hay madres que vienen destrozadas pero cuando le tocaron al chico se animan a denunciar. Muchas veces la violencia empieza a verse cuando tocan a los chicos.
– ¿La Justicia de Familia trabaja en conjunto con la Justicia Penal en estos casos?
– Nosotros como Tribunal de Familia podemos ordenar las medidas de restricción, excluir y hacer un círculo de protección para la víctima. Pero también por otro lado enviamos un oficio por la posible comisión de un delito a la fiscalía que está en turno para que trabajemos en conjunto.
Entonces tratamos de unir a la Justicia de Familia con la Justicia Penal porque como funcionarios públicos tenemos esa función.
– Muchas víctimas no se animan a denunciar por miedo a sufrir represalias. ¿El Estado las contiene cuando rompen el silencio?
– Lo que hay que decirle a la víctima es que si se anima a hacer la denuncia se le da inmediatamente la restricción de acercamiento, se excluye al violento, se le da el botón antipánico y se hace un rondín policial en su casa. Quiero destacar a la Brigada de Violencia familiar de la Policía Local que trabaja de excelente manera y codo a codo con la Justicia. Esa brigada está compuesta por operadores que en su mayoría son mujeres. Esta brigada se encarga de ir mañana, tarde y noche para verificar cómo está la víctima. En el mapa del Centro del Monitoreo con luces rojas aparecen las víctimas que tienen botón antipánico. Esas luces rojas significan que esa brigada va a ir a cada domicilio para ver cómo está la víctima y para preguntarle si sabe manejar el botón antipánico. En ese punto, nosotros tenemos la colaboración del municipio, a través de la Secretaría de la Mujer; de la provincia, por medio de la Comisaría de la Mujer; y de la Brigada de la Policía Local
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En el caso de Marta, el trabajo en conjunto de todos estos sectores del Estado permitió que la familia fuera a realizar un tratamiento psicológico. Con el paso de los meses el hombre se recuperó de su adicción, cambió su comportamiento y en la actualidad con una orden judicial pudo volver a ver a sus hijos. “Entiendo que la intervención coordinada de los diferentes efectores es un mecanismo que salva vidas, que ayuda a cambiarlas o que mínimamente colabora para modificar algún patrón violento o de comunicación contaminada en el marco de las familias”, sostiene Obligado.